sábado, 31 de enero de 2009

DOS EXPERIENCIAS ÚNICAS A PARTIR DE UN MISMO TEXTO

Rubén Segal se arriesga con una novedosa puesta. El testamento del sastre es la pieza de Michel Ouellette, compuesta por seis personajes, interpretados por un mismo actor, que se presenta en dos versiones: una femenina y otra masculina.

El espectador de El testamento del sastre asiste a una experiencia teatral compleja y su tarea desde su butaca, le exige participar del juego de roles y personajes a través de un texto tampoco sencillo.

El premiado autor canadiense Michel Ouellette escribió esta historia sobre un sastre, habitante un universo de ciencia ficción, a quien le obsequian un supuesto molde y una bella tela para crear un vestido. Pero en aquel papiro de 1665 se encuentra el testamento de quien fuera también modisto, donde a modo de profecía se advierte que quien confeccione aquella prenda logrará dotar de luz las tinieblas. Una de sus clientas es la angelical Miranda, casada con el futuro alcalde de aquel suburbio, el guardián de la moral de aquel territorio y amante de su secretaria. Además, interviene una psicoanalista que trata al político y su mujer.

Es interesante el espacio en el que se cuenta esta historia. Una comunidad idílica, custodiada por rígidas fronteras que separan los castos y corruptos del Lazaretto (“la solución geográfica a un problema sanitario”), un lugar pergeñado a lo “gran hermano”, donde se deposita a los enfermos y hombres caídos en desgracia.

Rubén Segal se animó a montar esta historia, de seis personajes, encarnada por un sólo actor. Pero el desafío se complejiza aún más, pues a las 21, es interpretado por una actriz, Mercedes Diemand-Hartz; y a las 22.30, por un actor, Claudio Martínez Bel. Es decir, hay dos versiones de una misma pieza, un hecho muy interesante en la cartelera porteña. La cohesión de la misma no exige ver a ambas para que el espectador complete el sentido. Sin embargo, y aunque algunos espectadores optan por asistir a una sóla función, la experiencia que propone Ouellette, queda en cierto modo frustrada.

La música en vivo, a cargo de Silvina Sznajder, Sergio Sultani y Javo Canolik, crea un clima especial e intimista en esta obra donde el público está muy cerca del actor/actriz. Ambos intérpretes, valiéndose sólo de un discreto traje y dos lienzos, logran versatilidad en esta difícil tarea de composición.

Laura Ventura - 15/09/2008
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